El final de nuestro país

Sé que hay una persona que me busca
en su mano, día y noche; encontrándome
a cada minuto en su calzado.
César Vallejo


I

le puse Rosario a mi vida 
y la llevé por todas partes
atada a mis calcetas
vestida de novia
con la destreza parcial
del que pierde su zapato
una madrugada
de domingo

II

después fue cosa vulgar
fue cosa simple imprevista
-debí suponerlo-
conseguí un traje y un empleo 
(para dos,
siempre dos)
   sobre estas amargas insípidas tierras latinoamericanas
-pero muy-
porque el inicio de mi madurez
también fue el final de nuestro país
porque cuando me vuelvo
sobre el punto más pretérito 
de cada oreja 
me nace un hijo a quien no quiero
   recordar
porque de pronto se queda callado
   de pie 
encima de las cosas que permanecieron
para contarnos
-al oído-
el final
   de nuestra historia

III

yo lo miro y comienzo a boquear
de pies a cabeza
como un pez
   fuera del agua
como rincón sin sitio
como un temor
   de todas horas

III

bueno
   eso habría sido todo
sucede que ahora los recuerdos no me dejan
   ni dormir
aunque a veces 
–ciertas noches–
vuelvo a soñar que soy una roca 
   o una moneda 
extraviada
   en el fondo de del océano:



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el canto ahogado de un cisne: un buzo muerto en el ojo de dios

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