quisiera poder
volver
larga esquina de verano
con pechos
ardientes de luz verde neón
y llagas de
marfil que rozan los vellos de mi cuerpo;
hospital británico en llamas;
la enfermera
se descubre el torso rostro de sífilis moderna
me mira
y comienza a
vomitar cosas negras sobre la alfombra:
oscuro y
baboso negro caracol indeleble que penetra el surco: mi vida
apago las
luces, intento recordar una plegaria y apareces desnuda fiera junto a mi puerta
sombra con cámara en mano; me pides –en la oscuridad- que grabe nuestro verde
amor.
Tomo la
videocasetera, el cassette de nuestro viaje al zoológico:
-¿qué
fue del tiburón que agonizaba? ¿recibió nuestra postal de recupérate pronto y
enchílame la otra?-
En la
fotografía siglo veintiuno se ve a un hombre sombrero en mano y cigarrillo en
boca; mi padre tenía estilo pero no personalidad.
el espacio
entre el mar y mis pies podría recorrerlo a gatas, durante todo un día
si supieras lo
mucho que te odio no me habrías dejado aquí moribundo y farmacodependiente
dónde has
estado
tal vez sólo
sean las putas de mi mente
de mi puerta
de mi cama
de mi jardín
pero qué
diferencia hay
oscuro y
baboso negro caracol que se derrama por mi quístico cuerpo ardiente en verdosas
llamaradas de putrefacción calcinante que llega que se va y que muere dentro de
un solo verso profético del cristo en la pared el cristo el cristo el cristo
que se desnuda entra a mi cama y me toca la verga hasta que se entretiene lo
suficiente como para poder dormir y soñar con dios y con los ángeles y con todo
lo sagrado con lo que los cristos sueñan
no sabe que yo soy
la última
historia
del oscuro y baboso
negro caracol indeleble
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